La adolescencia es una etapa
de transición entre la niñez y la adultez que plantea diversos retos para los
que la atraviesan y los padres de estos. Chicos y chicas deben adaptarse a los
diferentes cambios que les ocurren (físicos, cognitivos, emocionales) y lograr
cumplir con una serie de tareas que plantea acceder al mundo adulto. Los
padres, por otro lado, deben modificar sus pautas de crianza y adaptarse al
cambio de necesidades de sus hijos.
Elizabeth Hurlock en su clásico
libro Psicología del Desarrollo plantea varias tareas evolutivas que los
adolescentes deben cumplir al terminar esa etapa. Algunas de ellas son: cumplir
un rol masculino o femenino, establecer relaciones nuevas y más maduras con
pares de ambos sexos, alcanzar la independencia emocional de los padres y otros
adultos, convencerse del valor de la independencia económica, elegir una
ocupación y prepararse para ella, lograr una conducta socialmente responsable e
incorporar valores y un sistema ético que guíen el comportamiento.
Si bien no son las únicas
tareas que plantea la autora, hay una clara orientación a los logros en el
aspecto social, ya que los cambios en este ámbito son centrales para los
jóvenes, y quizás, los que plantean mayores retos para el vínculo con los
padres. Los y las adolescentes salen del entorno familiar seguro y se abren a
las relaciones sociales y a la independencia familiar. Las fiestas, reuniones y
otras actividades sociales ocupan la vida de los jóvenes. Los padres que siempre
supervisaron y administraron el tiempo de sus hijos se ven obligados a otorgar
permisos y dejar ir a sus “pequeños” con dudas y temor. No obstante, el rol de
los padres es ese, facilitar el logro de la autonomía de sus hijos.
¿Cuántos permisos dar, qué
permitir y qué no? Eso dependerá de cada familia y de los acuerdos que se
establezcan entre padres e hijos. No obstante, hay que tomar en cuenta que si
los padres niegan tajantemente las salidas y con ello, la posibilidad de
independencia de los hijos, estos pueden volcarse contra ellos y distanciarse;
lo que podría poner a los jóvenes en situaciones de mayor riesgo. Por otro
lado, una total libertad puede hacerlos sentir dueños absolutos de su vida pero
también los deja a la deriva en un momento en que aún necesitan guía y
supervisión. Por ello, se debe ser flexible. Lo ideal es ir acomodándose a los
cambios y necesidades que se van presentando y los retos que van apareciendo en
la crianza. Tome en cuenta que mientras más confianza haya, más posibilidad de lograr
una buena comunicación y negociación entre ambas partes. Además, si se ha
establecido una relación cercana con los hijos desde la niñez, lo más probable
es que sea relativamente sencillo atravesar los baches que se presenten en el
camino a la madurez.
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