En
la naturaleza el vínculo con la madre se da de manera instintiva e inmediata. Lorenz
demostró que los gansos establecen un lazo fuerte con el primer objeto en
movimiento que ven (usualmente su madre pero también con un ser humano o un
objeto mecánico). Esto se llama “impronta” y ocurre en varias especies. En los
humanos, en cambio, el vínculo emocional entre la madre o principal cuidador y
el bebé se va creando paulatinamente en el primer año de vida. Las constantes interacciones
entre ambos, la alimentación y todas las conductas de cuidado hacia el bebe
favorecen que se forme una relación socio-emocional intensa y perdurable
llamada apego. Las señales empiezan a notarse en la segunda mitad del primer
año. El bebé sonríe cuando está la madre y llora cuando se va. En condiciones
adecuadas, se forma un apego seguro. El niño entiende que la madre vuelve
aunque desaparezca unos minutos y que estará ahí cuando la necesite. Se
mantiene tranquilo y puede explorar. No obstante, por fallas en el vínculo,
algunos niños no desarrollan una confianza básica y forman un apego inseguro. Lloran
y se mantienen ansiosos aún cuando la madre regresa. El tipo de apego que se establezca
proporcionará la base para todos los vínculos futuros.
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