Si alguna vez
salió corriendo al escuchar un ruido fuerte o le dio un manazo a alguna persona
que la asustó de manera imprevista, quiere decir que su mecanismo de reacción
ante el peligro funciona. Este se pone en práctica automáticamente cada vez que
nos encontramos en una situación que evaluamos como peligrosa y nos lleva a huir
o atacar. Toda una serie de procesos se desarrollan inmediatamente en nuestro
cerebro, específicamente en el sistema límbico, el cual activa un sistema de
alarma que nos prepara para sobrevivir. Se agudiza la percepción, se incrementa
la presión arterial, se intensifica el metabolismo, la sangre va hacia los
músculos, sube la glucosa y aumenta la actividad mental. Las emociones se
disparan, especialmente el miedo y la ansiedad. La evaluación cognitiva que
hagamos de la situación nos llevará a tomar una acción que tendrá como objetivo
preservar la vida. No obstante, la evaluación que realicemos y la conducta que
sigamos no siempre será la más adecuada. Por ejemplo, luchar con un ladrón que
tiene un arma para evitar que se lleve nuestras pertenencias. La reacción idónea
ante un peligro dependerá de la circunstancia en la que nos encontremos, el
análisis que realicemos de las posibles maneras de actuar y la opción que
escojamos finalmente.
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