El desarrollo de la empatía
es un logro básico en las personas, ya que permite establecer relaciones
interpersonales profundas y satisfactorias con los demás. Esta habilidad se
forma paulatinamente en el vínculo con los padres desde el nacimiento. La
respuesta afectiva al bebé y la capacidad de la madre para percibir las
necesidades del niño y satisfacerlas adecuadamente son indispensables para que
la estructuración mental sea apropiada. La empatía se ha descrito como el
pegamento en la construcción del sí mismo. Sin esta, la estructura psíquica es
endeble. Goleman señala que la capacidad de percibir los estados emocionales
propios y de los demás es uno de los factores necesarios para la inteligencia
emocional. Comprender los sentimientos de otros y actuar de acuerdo a ellos
permite acciones altruistas, de cooperación y solidaridad. Estudios realizados
con niños y adolescentes relacionan puntuaciones altas en empatía con varias
conductas sociales positivas (prosociales, asertivas, autocontrol, liderazgo) y
menos conductas sociales negativas (agresivas, pasivas, retraimiento y
antisociales). Los niños aprenden a ser empáticos si lo son con ellos, la
contención emocional cuando se sienten tristes, adoloridos o frustrados es
fundamental y debe ser una constante en el vínculo, así como ayudarlos a
expresar sus emociones y a entender lo que sus actos provocan en los demás.
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