martes, 31 de agosto de 2010

El otro juego


El juego es la expresión natural de los niños. Es el lenguaje que utilizan estos para expresar sus fantasías, deseos y experiencias de manera simbólica. Freud señala que el juego nos permite renunciar a una satisfacción pulsional, haciendo activo lo sufrido pasivamente, cumpliendo así una función elaborativa de conflictos.

Por ello, el juego es una herramienta útil para entrar en el mundo infantil y conocer sus preocupaciones y dificultades, así como sus fantasías e intereses. El tener la capacidad de jugar expresa el poder acceder a un mundo interno lleno de posibilidades y elaboraciones psíquicas. Es por ello que nos resulta preocupante cuando un niño no puede jugar o lo hace de manera reiterativa y sin acceder a la capacidad simbólica. Cuando esto ocurre, el principal objetivo de la terapia es ayudarlo a jugar, brindándole un espacio seguro para expresarse libremente para jugar “como si…” fuera otra persona, otros personajes, etc. Este es el juego libre, que a diferencia del juego de reglas, no necesariamente permite acceder al mundo simbólico, ya que se siguen las reglas convencionales del juego sin comprometer el mundo interno del niño. En inglés se diferencia el primer juego (play) del segundo (game). Ambos juegos favorecen el desarrollo emocional del niño pero de manera diferente, ya que el juego convencional permite aprender a seguir reglas, adaptarse a las normas de otros, así como controlar los impulsos; y el juego libre permite la expresión libre de la fantasía y la creatividad, del mundo interno del niño. Sin embargo, este último, ayuda a los niños a elaborar ciertas dificultades que de otro modo les es difícil expresar. Para ilustrar esta diferencia observaremos el caso de Fabiola, una niña de 9 años que luego de algunos meses de terapia, ha empezado a jugar libremente aunque en algunos momentos se siente más cómoda, y tal vez también más segura, bajo el amparo del juego de reglas. Sin embargo, ha logrado incorporar al juego de reglas algunos elementos del juego libre que le dan soltura y flexibilidad a su expresión lúdica. Hace pocas semanas por ejemplo, ha construido una “especie de muralla” con cojines y muñecos de tela sobre la mesa en la que jugamos naipes, entre ella y yo. Sólo puedo verla por un pequeño espacio donde están los naipes que compartimos en el juego. Hay otro pequeño espacio por el cual puedo pasarle una carta cuando es mi turno.

Más allá del juego de cartas en sí, “el otro juego” le permite expresar ciertas características de sus vivencias personales actuales. En primer lugar, parece señalar que busca un contacto personal cercano con otras personas, pero aún necesita cierta barrera de protección, por lo que aún no puede relacionarse directamente, solo hacerlo por un “pequeño espacio”. Es decir, el contacto interpersonal aún es limitado pero hay una posibilidad, una pequeña conexión. Además, parece ser que el juego está expresando que hay algunos aspectos de ella que todavía no se siente segura de mostrarme, o que tal vez siente que yo puedo “robar” dejándola sin nada. Por ello, se protege, no permite que yo pueda acceder a más información de la necesaria, pero al mismo tiempo busca que confíe “en su juego”, me reta a creer en ella para luego intentar creer en mí y mostrar todos los aspectos de sí misma, incluso aquellos que pueden darle temor o que cree que podrían ser atemorizantes para los demás. Esa muralla entonces puede cumplir una doble función: darle seguridad a ella contra la intrusión de otros y darle seguridad a los demás contra los impulsos de ella…

Observamos así como el juego puede permitirnos entender ciertos procesos que podrían estar dándose en la relación terapéutica y a través de esto, dar la posibilidad al niño de acceder a sus temores, a sus ansiedades y a sus defensas, para elaborarlos y modularlos, logrando un desarrollo emocional más adecuado.

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