En culturas primitivas, el rito de iniciación de la pubertad marcaba el fin de la niñez y el comienzo de la adultez. Niños y niñas se convertían en adultos de un día para otro, con responsabilidades, un oficio y la tarea de formar una familia propia. En cambio, en la sociedad actual, el tránsito de la niñez a la adultez no es tan sencillo y toma varios años. Tanto los hijos como los padres se enfrentan día a día con las dificultades de adaptarse a un nuevo cuerpo, a diferentes inquietudes y los cuestionamientos propios de la maduración. Si bien la adolescencia se inicia con la pubertad, etapa biológica que se caracteriza por una serie de cambios físicos y de maduración sexual, va mucho más allá de ésta. En la adolescencia se dan otros cambios además de los físicos, como la maduración psíquica y cognoscitiva, la importancia del grupo de amigos, la rebeldía y la búsqueda de identidad y la vocación. La adolescencia, a diferencia de la pubertad, es un constructo cultural. Por ello, no se puede definir claramente en qué momento acaba, dependerá del contexto social, histórico y cultural. Cada adolescente tendrá su propio ritmo de maduración y es necesario que los padres lo guíen y lo ayuden a tomar las decisiones básicas sobre su futuro sin imponerse. Recuerde que la tarea es formarlos como adultos pero no hay que olvidar que aún no lo son.
*Publicado en la sección Mi hogar de El Comercio el domingo 22 de enero de 2012.
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