martes, 7 de mayo de 2013

Ataque y huída


Si alguna vez salió corriendo al escuchar un ruido fuerte o le dio un manazo a alguna persona que la asustó de manera imprevista, quiere decir que su mecanismo de reacción ante el peligro funciona. Este se pone en práctica automáticamente cada vez que nos encontramos en una situación que evaluamos como peligrosa y nos lleva a huir o atacar. Toda una serie de procesos se desarrollan inmediatamente en nuestro cerebro, específicamente en el sistema límbico, el cual activa un sistema de alarma que nos prepara para sobrevivir. Se agudiza la percepción, se incrementa la presión arterial, se intensifica el metabolismo, la sangre va hacia los músculos, sube la glucosa y aumenta la actividad mental. Las emociones se disparan, especialmente el miedo y la ansiedad. La evaluación cognitiva que hagamos de la situación nos llevará a tomar una acción que tendrá como objetivo preservar la vida. No obstante, la evaluación que realicemos y la conducta que sigamos no siempre será la más adecuada. Por ejemplo, luchar con un ladrón que tiene un arma para evitar que se lleve nuestras pertenencias. La reacción idónea ante un peligro dependerá de la circunstancia en la que nos encontremos, el análisis que realicemos de las posibles maneras de actuar y la opción que escojamos finalmente.

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