martes, 3 de septiembre de 2013

Se cosecha lo que se siembra

Criar hijos no es nada fácil. Se aprende en el camino, se cometen aciertos y errores pero si hay algo que comparten todos los padres es el interés en brindar la mejor educación posible a sus pequeños. Esto, por supuesto, va más allá de matricularlo en un buen colegio. Instruirlos como personas de bien requiere de un trabajo constante. Las reglas y la disciplina que asimilarán, así como los valores y los principios que guiarán su conducta durante la vida dependerán de lo que aprendan dentro de su familia.
Así de importante es la familia. El entorno en el que un niño se cría será su referente, sea cual sea el que le toque. Por supuesto, no podemos juzgar a los demás; aunque hay algunos grupos familiares más funcionales que otros, ninguna familia es perfecta. Cada una tiene sus propias características, modos de interactuar y costumbres. Estos aspectos particulares moldearán a los niños en su desarrollo y probablemente se transferirán a las siguientes generaciones.
Por ello, es importante ser conscientes de lo que se trasmite silenciosamente en el día a día. ¿Cuántas veces se escucha a padres quejarse de algún hábito de su hijo o hija sin caer en la cuenta de que es una conducta común en ellos mismos u otros familiares?
Los hijos aprenden de los padres a través del ejemplo. Si se ha estado presente siempre como padres, los hijos estarán ahí cuando los primeros envejezcan. Si los padres se dieron el tiempo de compartir momentos de calidad con los hijos, estos aprenderán a hacerlo con ellos y con la familia que formen en el futuro.
Cuando los hijos crecen y se van a vivir solos o se establecen con una familia propia, algunos se mantienen en contacto constante y se reúnen frecuentemente con sus padres y familiares; mientras en otros casos, permanecen distantes y pueden pasar muchos días sin saber unos de otros. ¿De qué depende esto?
Se cosecha lo que se siembra. Si se han construido vínculos sólidos basados en el afecto, la preocupación por el otro y se ha incentivado la necesidad de compartir el tiempo con la familia, lo más probable es que los hijos lo asimilen y lo demuestren devolviendo el mismo cariño e interés en su familia.

No se le puede pedir peras al olmo dice el dicho popular y esto puede aplicarse también a las relaciones familiares. Si desea enseñarles a sus hijos la importancia de pasar el tiempo con sus seres queridos, póngalo usted en práctica constantemente. Aproveche todas las ocasiones para reunirse con la familia y establezca sus propias costumbres y tradiciones. Siembre ahora.

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