En algunas ocasiones los
niños o adolescentes pueden recurrir a amenazas cuando se sienten impotentes
frente a un problema o situación desventajosa. Esta conducta puede ser una
reacción frente al rechazo, a un ataque o la percepción de algún daño de
compañeros, maestros o familiares. No obstante, generalmente las amenazas van dirigidas hacia
los padres que son los que aplican la disciplina e imponen las reglas de
conducta.
Si bien la mayoría de
amenazas son parte de un arrebato de rabia en una situación específica y generalmente
no se llevan a cabo, no se deben pasar por alto en ningún caso, ya que podrían ser
indicio de un problema mayor que puede colocar en riesgo al niño o adolescente.
Es imprescindible, entonces, hablar con ellos para evaluar qué está pasando y
ahondar en el posible problema.
La Academia Americana de
Psiquiatría de Niños y Adolescentes recalca que hay ciertas amenazas que nunca
deben ser desestimadas en los menores como los avisos de que van a destruir
alguna propiedad, que van a irse de casa, que les harán daño a alguien o que
van a hacerse algún daño a sí mismos. En estos casos será necesario buscar
ayuda profesional y realizar una evaluación psicológica para valorar el asunto.
Esto será imprescindible
cuando hayan además, antecedentes de haber cumplido amenazas previas. A pesar
de que no es posible predecir una conducta, el comportamiento previo puede ser
una buena pista sobre lo que se puede esperar del niño o adolescente.
En ese sentido, algunas características
del niño y adolescente pueden actuar como factores de riesgo para llevar a cabo
una amenaza como comportamientos violentos previos, dificultad para controlar
los impulsos, problemas de disciplina en la escuela o comportamiento delictivo,
intentos de suicidio o amenazas sobre ello, uso de alcohol o drogas, relaciones
interpersonales pobres o aislamiento social, entre otras.
Entre los factores de riesgo
asociados al entorno, se debe tener en cuenta principalmente la violencia
familiar que puede llevar al niño o adolescente a buscar escapar de la casa o
hacerse daño, como un intento desesperado de salir de esa situación.
Por otro lado, la
supervisión cercana de los padres, así como el respaldo de estos en las
dificultades de los menores y la satisfacción de sus necesidades emocionales
serán los mejores factores protectores frente a posibles situaciones de riesgo
y amenazas.
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