La agresividad es un impulso innato en el ser humano. Si un bebe no
llora por alimento, no podrá sobrevivir; y más adelante, puede ser
imprescindible como defensa ante una amenaza grave en una situación extrema.
Sin embargo, para convivir en sociedad es necesario modular el monto de
agresividad y ello es un aprendizaje que se va adquiriendo desde los primeros
años. Todos los niños en algún momento han expresado sus impulsos agresivos
frente a otros, mediante gritos, golpes o destrucción de objetos. Algunos niños
pueden tender a expresar agresividad más que otros y ello dependerá no solo del
temperamento propio sino de diversos factores del entorno familiar y escolar,
así como experiencias y procesos internos relacionados a su etapa de desarrollo.
Generalmente, la agresión aparece cuando no es posible expresar por otras vías
el disgusto, la rabia o la frustración. A medida que crecen, las personas van
aprendiendo a poner en palabras las emociones que experimentan pero durante la
niñez es necesario que se ayude a los niños en este proceso sosteniéndolos con
cariño y calmándolos para entender qué está provocando esa reacción. Es
conveniente conversar con ellos sobre sus emociones para que puedan expresarlas
verbalmente. Lo más importante es mantener la serenidad y no reaccionar
violentamente en ningún caso.
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