martes, 29 de octubre de 2013

Octubre

Las tradiciones familiares no se rompen fácilmente excepto cuando es indispensable hacerlo porque todo tu ser lo pide a gritos y es necesario para tu bienestar emocional. En dichos casos, no importa qué tan joven seas. Eso comprendí un día de octubre. Hasta ese momento había ido a Acho sin quejarme y con una serena indiferencia. Me la pasaba entretenida jugando en las gradas y cuando mostraba signos de aburrimiento me atiborraban de chocolates, queques y otras golosinas que devoraba con deleite; hasta aquel día en que atendí al espectáculo, esa degradante y cruel función. La sangre chorreaba por ambos lados del lomo del pobre animal y unas varillas incrustadas lo hacían retorcerse de dolor. Su aspecto denotaba cansancio, sufrimiento; y no pude evitar imaginar lo que podría sentir el solitario toro en medio de la plaza. El dulce de turno permanecía en mis manos a medio acabar pero solo una sensación displacentera persistía y quedó marcada en mi memoria. Han pasado más de treinta años y aún puedo evocar con claridad y tristeza ese día, el último que asistí a una corrida de toros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario